“Y querrás entregar todo, con tal de aunque sea dar un último respiro”
Hay un día en que todo el Cusco celebra la vida. El primero de noviembre es el día que los cerdos más temen y los niñ@s esperan con mayor ilusión; algo así como la antesala de las navidades.
El día empieza con el reparto de los panes de riquísima hechura: Caballos para los niños y Wawas* para las niñas, el tamaño y calidad dependerá de su comportamiento y obediencia durante todo el año. Es el motivo perfecto para el amor: Los padres los regalan a sus hijos, los compadres a las comadres, el amante a su amada, el Yang festeja a su Yin y así, el cariño se va reproduciendo.
Aunque instituido por un Pontífice católico para recordar a todos los santos sin fiesta especial. En realidad, el día de todos los santos o día de los vivos es otra festividad que sincretiza un rito muy ancestral con el santoral cristiano: el día en que el “Runa”, el hombre andino, celebra la vida, la suerte de seguir vivo en “este mundo”.
A la hora del almuerzo, de las humeantes panzas de los hornos, se recogen los lechones de todos los tamaños. Su apetitoso aroma inunda las calles y las casas, antes de ser despedazados por las sabias manos de las mamachas y servidos con los cusqueñísimos tamales, suaves morayas* y el pan de Oropesa.
Nada de cubiertos, como prehistóricas clanes, todo se abalanzan a la delicia, es fiesta para todos: grandes y chicos, abuelas y chiquillos, santas y pecadoras, perros y gatos. Todos felices y brindando con chicha, cerveza y cuanto bebedizo esté al alcance de la mano, se aprestan a erigir el altar de vida para llegar al día siguiente.
- Wawa: palabra onomatopéyica quechua: bebé, niño de pecho.
- Moraya: papa deshidratada, de un sabor muy especial